Reírse de los peces de colores: 1. loc. verb. No dar importancia a las consecuencias de un acto propio o ajeno, no tomarlas en serio.
Ésta es, según la Real Academia Española de la Lengua, la definición de la que (supuestamente) proviene el título del último disco de Nueva Vulcano, Los peces de colores (BCore, 2009). Pues bien, una vez más, y como es costumbre, nos vamos a pasar a la Real Academia por donde la espalda pierde su casto nombre. Y es que es justo lo contrario lo que deben hacer con la tercera entrega de los barceloneses: a estos peces hay que hacerles caso, todo el caso que puedan; y si la crisis se lo permite, llévenselos a casa y háganles un hueco destacado junto a sus otras mascotas favoritas, ésas que guardan celosamente en sus estanterías musicales. Sí, ya sé que me dirán que mejor lo descargan o que lo escuchan por Spotify, con esa odiosa voz que les recuerda que para disfrutar hay que pagar canción sí, canción también. En fin, allá cada uno con lo que hace, pero les avanzo que sólo la preciosa pecera de estos peces pixelados que Joan Guàrdia ha diseñado para la ocasión ya merece desembolsar unos pocos euros en su tienda de animales favorita. Y es que en poco menos de 32 minutos podemos descubrir piedras preciosas como la enorme Te debo un baile (canción de la vida desde ya), Dulce y ácida, El ataque, Amor Moderno o Níquel, Canela, que más que peces son tiburones, donde Artur Estrada -en este disco se confirma como uno de los letristas más brillantes en castellano, con permiso del señor Luque, por supuesto- ejerce de una especie de Sheriff Brody y nos lleva hasta lo más hondo, flanqueado por Wences Aparicio, con unas líneas de bajo para recordar, y Albert Guàrdia, expandiendo su batería por todo el océano. Y por si no tienen bastante con todo esto, aún hay sitio para los guiños a bandas amigas como Za! o Nisei, África, o la protesta más mordaz, La ley de costas. Así que háganme caso y no se rían de los peces de colores; sus oídos lo agradecerán.
Ésta es, según la Real Academia Española de la Lengua, la definición de la que (supuestamente) proviene el título del último disco de Nueva Vulcano, Los peces de colores (BCore, 2009). Pues bien, una vez más, y como es costumbre, nos vamos a pasar a la Real Academia por donde la espalda pierde su casto nombre. Y es que es justo lo contrario lo que deben hacer con la tercera entrega de los barceloneses: a estos peces hay que hacerles caso, todo el caso que puedan; y si la crisis se lo permite, llévenselos a casa y háganles un hueco destacado junto a sus otras mascotas favoritas, ésas que guardan celosamente en sus estanterías musicales. Sí, ya sé que me dirán que mejor lo descargan o que lo escuchan por Spotify, con esa odiosa voz que les recuerda que para disfrutar hay que pagar canción sí, canción también. En fin, allá cada uno con lo que hace, pero les avanzo que sólo la preciosa pecera de estos peces pixelados que Joan Guàrdia ha diseñado para la ocasión ya merece desembolsar unos pocos euros en su tienda de animales favorita. Y es que en poco menos de 32 minutos podemos descubrir piedras preciosas como la enorme Te debo un baile (canción de la vida desde ya), Dulce y ácida, El ataque, Amor Moderno o Níquel, Canela, que más que peces son tiburones, donde Artur Estrada -en este disco se confirma como uno de los letristas más brillantes en castellano, con permiso del señor Luque, por supuesto- ejerce de una especie de Sheriff Brody y nos lleva hasta lo más hondo, flanqueado por Wences Aparicio, con unas líneas de bajo para recordar, y Albert Guàrdia, expandiendo su batería por todo el océano. Y por si no tienen bastante con todo esto, aún hay sitio para los guiños a bandas amigas como Za! o Nisei, África, o la protesta más mordaz, La ley de costas. Así que háganme caso y no se rían de los peces de colores; sus oídos lo agradecerán.
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