
Me acordé de hace cuarenta años, más de cuarenta años, cuando escuché por vez primera a los Rolling Stones en Londres. Kennedy caía asesinado por Oswald sobre el regazo de Jacqueline a la que cubrió de rosas rojas. Juan XXIII moría dulcemente sobre la paz en la tierra. Rolf Hochhuth escandalizaba con El Vicario.Bartok estrenaba El castillo del duque Barba Azul. Igor Stravinski, al que entrevisté en Madrid, El diluvio universal, Franco fusiló a Grimau, riéndose del Papa que pidió su indulto. Claro que para el dictador español, Pablo VI era un rojo que hacía de Papa.A Mandela le condenaban a cadena perpetua. Le Corbusier escalaba las puertas del cielo y Mao ponía en marcha la Revolución Cultural.Yo vivía días de amor y rosas, luna de miel en la guerra de Vietnam, y luego largo exilio en Hong Kong por el pecado de haber escrito un artículo, La Monarquía de todos, que encrespó al dictador.
Their Satanic Majesties Request eran el rayo que no cesa y se enfrentaron a los Beatles. Rollin' Stones Blues fue la canción de Muddy Waters que inspiró el nombre de los balas perdidas.Se impuso el machismo electrizante de los Stones, el rock'n' roll de grueso calibre, al fondo el blues, lejos aún los sonidos brit pop, con Mick Jagger descoyuntado, Keith Richard entre guitarras, todavía Chuck Berry en su aliento, y un Brian Jones que se estremecía con la psicodelia y terminaría muerto en su piscina. Volaban ya los pájaros de Hitchcock. Martin Luther King luchaba contra el racismo. Leíamos Rayuela. La muerte de Nehru ensombrecía a la india y Ngo Dinh Diem, al que entrevisté en Saigón en junio del 63, caía asesinado unos meses más tarde y abría la guerra de Vietnam.
Y ahora, cuatro largas décadas después, los Killers, que están desbancando a U2, prorrogan el fenómeno social de los Stones y los Beatles. Hot Fuss, Sam's Town, Sawdust y Day and Age son los álbumes del fulgor que no cesa. Por eso el mundo madrileño in se instaló en pleno en el Palacio de los Deportes. Un bosque de manos alzadas acompañaron las canciones de los Killers y se hicieron paroxismo al final cuando el grupo rugió con Read my mind, con When you were young. La juventud electrizada lo desbordó todo mientras los señores antiguos, los carrozas disfrazados de chaqueta, e incluso de corbata, los muy cutres, contemplábamos atónitos el esplendor del incendio.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
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