lunes, 2 de agosto de 2010

Una nueva esclavitud

Son conocidos los nudos esenciales de la contrarreforma laboral aprobada en el Parlamento español el pasado 29 de julio con los votos del PSOE y las abstenciones pactadas de CiU y PNV [1]: las empresas podrán despedir por “causas objetivas” –veinte días de indemnización- si tiene pérdidas, prevé incurrir en ellas o por una caída persistente de ingresos que puedan afectar a su futuro o a su capacidad de mantener el volumen de empleo; el Estado, es decir, el conjunto de la ciudadanía, pagará parte de la indemnización (ocho días de salario por año trabajado) en el caso de las extinciones de los contratos indefinidos, ordinarios o de fomento del empleo; se amplia el terreno en el que pueden actuar las ETT, esas conocidas agencias de la explotación insaciable; se reduce el umbral medio que justifica el despido por absentismo,… Dejémoslo aquí.

No es un mínimo absoluto: se anuncian nuevas reformas, la contrarrevolución neoliberal no se detiene, es una contrarrevolución ininterrumpida. Su objetivo: la liquidación de todos los derechos conquistados por las clases obreras en Occidente. No es broma, no es exageración sin fundamento.

Día negro para los trabajadores, comentó Gaspar Llamazares el día de la votación en el congreso. Acertó una vez más. El real decreto de 16 de junio, ha señalado el colectivo Ronda, supone “el ataque más grande que ha sufrido jamás el derecho laboral” en nuestro país. No les falta razón y tampoco les sobra indignación. Toda la que podamos sentir e imaginar es necesaria.

Si las movilizaciones, cada día más urgentes e imprescindibles no sólo para oponernos a esta infamia aléfica sino para decirnos abiertamente a nosotros mismos que contamos cívicamente, que podemos estar unidos, que somos capaces de resistir este atropello abisal, que seguimos aquí en pie de rebeldía y dignidad y dispuestos a no dejarnos aplastar fácilmente, si las movilizaciones y luchas, decía, no le ponen remedio, cuando dentro de 20 o 25 años los historiadores no cegados den cuenta de este período no tan distinto ni distante de lo ocurrido con la primera contrarreforma laboral de los años noventa dirigida por Felipe González [2] y los hooligans neoliberales de CiU, hablarán de un enorme y multdimensional ataque planificado contra los derechos conquistados por los ciudadanos trabajadores tras décadas de lucha, resistencia y heroísmo.

Que ese ataque, que esa claudicación sin límites a los deseos insatisfacibles de los mercados desalmados, de ese puñado de multinacionales, grandes bancos y fondos de inversión que dirigen el mundo, sea dirigida y realizada por un partido que dice ser socialista, de un partido que habla de equidad y justicia, cuyo presidente aconseja a los sindicatos que esperen temperadamente, que sean pacientes, que vean las consecuencias sociales de la nueva norma, es un testimonio más del derrumbe político, cultural, histórico, ideológico, social, de lo que inapropiadamente seguimos llamando ámbito político socialista o socialdemócrata.

Cuando se recuerda el no “nos falles” que la ciudadanía, sobre todo la más joven, gritó a aquel presidente que se presentaba con ropajes de honestidad y justicia social la voz tiembla, la vergüenza adquiere dimensiones jupiterinas y la rabia corre despabilada por venas, arterias. A corazón abierto.

Salvador Lopez Arnal

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